Siempre he querido ir a África. Como todos los niños, supongo. Para ver los elefantes y los leones, a las jirafas con sus largos cuellos, y a los rinocerontes con su único cuerno. Recuerdo que, mientras estaba en la Universidad, una amiga hizo un viaje por Kenia y, cuando me dijo lo que le había costado, pensé que se iba a quedar como uno más de tantos sueños de juventud.
Sin embargo, años más tarde uno se echa una pareja zoóloga y viajera, mochilero para más señas, y en las primeras vacaciones juntos se plantea hacer un viaje largo dilapidando lo ahorrado en el último trabajo. Y..., ¿adivinan cuál es el destino que surge inmediatamente? ¡Por fin! ¡La Gran y Enigmática Kenia!.
En una agencia de viajes alternativos, que ya conocíamos, proponían un viaje perfecto para nosotros: camión y acampada, con el poco original pero idílico nombre de “Memorias de África”. Nada de 4x4 melena al viento, ni hoteles de lujo. La Naturaleza en estado puro en su propio lugar de origen. Una aventura en el más estricto sentido de la palabra. Bueno..., o por lo menos una aventura hasta donde la comodidad y nuestra pequeña mente burguesa lo permite.
Y lo fue. De hecho, hubo un momento en que me pregunté si no nos habríamos pasado con este viaje pero, teniendo en cuenta que estaba en mitad de la nada y a 3000 kilómetros de casa, decidí no indagar más en mis sentimientos y dejar la respuesta para cuando hubiese regresado sana y salva a la civilización. Hoy en día no me arrepiento. Fue el viaje más trepidante que he hecho en mi vida y lo repetiría sin ningún asomo de duda.
Aterrizando en el "África negra"
Nuestro viaje comenzaba en Kenia y terminaba en Tanzania, con una ampliación de tres días en la isla de Zanzíbar para disfrutar en la playa y recuperarse de los avatares del viaje. Es un recorrido bastante típico que realizan muchas agencias de viajes y que venden como la África de los grandes exploradores.
Puesto que esta vez íbamos en un viaje organizado, tan sólo teníamos que ponernos en el aeropuerto de Nairobi y esperar allí a nuestro guía. Dicho y Hecho. Tras doce horas de viaje, con escala intermedia en Londres, Andréu nos recogió a la salida del aeropuerto y nos presentó al que sería nuestro vehículo en esta larga aventura: el camión casero más pintón y mejor pensado que he visto nunca, el Kananga-móvil.
Sin embargo, años más tarde uno se echa una pareja zoóloga y viajera, mochilero para más señas, y en las primeras vacaciones juntos se plantea hacer un viaje largo dilapidando lo ahorrado en el último trabajo. Y..., ¿adivinan cuál es el destino que surge inmediatamente? ¡Por fin! ¡La Gran y Enigmática Kenia!.
En una agencia de viajes alternativos, que ya conocíamos, proponían un viaje perfecto para nosotros: camión y acampada, con el poco original pero idílico nombre de “Memorias de África”. Nada de 4x4 melena al viento, ni hoteles de lujo. La Naturaleza en estado puro en su propio lugar de origen. Una aventura en el más estricto sentido de la palabra. Bueno..., o por lo menos una aventura hasta donde la comodidad y nuestra pequeña mente burguesa lo permite.
Y lo fue. De hecho, hubo un momento en que me pregunté si no nos habríamos pasado con este viaje pero, teniendo en cuenta que estaba en mitad de la nada y a 3000 kilómetros de casa, decidí no indagar más en mis sentimientos y dejar la respuesta para cuando hubiese regresado sana y salva a la civilización. Hoy en día no me arrepiento. Fue el viaje más trepidante que he hecho en mi vida y lo repetiría sin ningún asomo de duda.
Aterrizando en el "África negra"
Nuestro viaje comenzaba en Kenia y terminaba en Tanzania, con una ampliación de tres días en la isla de Zanzíbar para disfrutar en la playa y recuperarse de los avatares del viaje. Es un recorrido bastante típico que realizan muchas agencias de viajes y que venden como la África de los grandes exploradores.
Puesto que esta vez íbamos en un viaje organizado, tan sólo teníamos que ponernos en el aeropuerto de Nairobi y esperar allí a nuestro guía. Dicho y Hecho. Tras doce horas de viaje, con escala intermedia en Londres, Andréu nos recogió a la salida del aeropuerto y nos presentó al que sería nuestro vehículo en esta larga aventura: el camión casero más pintón y mejor pensado que he visto nunca, el Kananga-móvil.
Junto con Andréu nos acompañaba el resto del equipo: Twaibu, el conductor, un tanzano siempre sonriente; Saba, el cocinero, con quien pasé grandes momentos pelando verduras y aprendiendo Swahili; y Aarón, el único keniata del grupo, que trabajaba como ayudante del guía y nos sirvió de gran ayuda en muchos momentos.
Por Kenia a todo trapo
Recorrer Kenia es todo menos rápido. Las carreteras son tan malas y están tan llenas de baches que, frecuentemente, los coches circulan por los laterales. Y eso siempre que no llueva porque, como rara vez están asfaltadas, si llueve mucho, más que conducción haces patinaje artístico.
Pero, ¿A quién le importa la velocidad en un sitio donde se te van los ojos de tanto cómo hay que ver? ¡Bienvenida la tranquilidad!. África tiene su propio ritmo.
En Kenia sólo visitamos dos zonas: el Parque Nacional del Lago Nakuru y la Reserva Nacional de Masai Mara pero ambos se bastan y sobran para deslumbrar por sí solos. El Lago Nakuru debe tener una de las mayores concentraciones de fauna del mundo en sus orillas. Cada 50 metros te encuentras con una manada de animales a cuál más grande y típico: antílopes, gacelas, búfalos, jirafas, ñues, rinocerontes... y unas pequeñas aves de la familia de las gallinas a quienes nuestro guía había bautizado con el poco prometedor nombre de “sugus de la sabana” ya que estos animalitos, suculentos e indefensos, son el plato favorito de muchos depredadores. Viajar por este Parque como primer destino de un viaje a África es adquirir una sensación absoluta de irrealidad a mitad de camino entre un zoológico y un libro de historia colonial.
Del Masai Mara qué voy a decir. Es la tierra de los Masais, esos chicos altos y delgados vestidos de rojo que aparecen en los documentales de la dos. Conocerlos es poco menos que trasladarse al interior de uno de esos documentales y convertirse, de un plumazo, en Miguel de la Cuadra Salcedo.
Por tierras Tanzanas
Tanzania tampoco se queda a tras en cuanto a espacios naturales. El célebre Parque Nacional del Serengeti, con su archifamosa sabana, es un lugar de obligada parada o, mas bien, de obligado tránsito, ya que está formado por 13.000 kilómetros cuadrados de sabana lisa y llana, donde el horizonte ocupa los 360 grados de nuestro campo visual produciendo una sensación de inmensa e indescriptible libertad. Contemplar el anochecer en este colosal paisaje, tumbado en el techo de un camión puede que no sea la imagen más romántica del mundo, pero es, sencillamente, brutal.
El Cráter del Ngorongoro es, por su lado, una maravilla de la geología reconvertida a edén en mitad del desierto. No hay otra forma de describir este antiguo volcán dormido mas que como un enorme cono situado en mitad de la nada. Porque eso es lo que es, un enorme cráter volcánico, de 3.648 metros de altura y algo más de 8.000 kilómetros cuadrados de superficie. Lleva tanto tiempo extinguido que se ha formado en su interior un enorme parque lleno de agua y bosques y, claro, animales para aburrir porque para eso esto es África. Lamentablemente, el acceso solo se puede realizar en 4x4 y, aunque hay estrictas normas sobre comportamiento frente a los animales, todo el mundo se las salta a la torera y no es extraño observar auténticos y vergonzosos acosos.
Para más información:
- Página oficial del Parque Nacional del Serengeti http://www.serengeti.org/
- Página oficial del Área de Conservación del Ngorongoro http://www.ngorongoro-crater-africa.org/
- Página oficial del Servicio de Vida Silvestre de Kenia dedicada al Parque Nacional del Lago Nakuru http://www.kws.org/nakuru.html
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