Hace unos años, leyendo literatura sobre viajes, me encontré con la siguiente polémica: ¿Por qué viajamos?, ¿Para conocer otras gentes y otros mundos?, ¿Para conocernos a nosotros mismos?. En aquel momento no encontré la respuesta pero, hoy en día, la tengo muy clara. Viajo para desenchufar del mundanal ruido de mi ciudad y evadirme de mi mundo. Para mí, no hay nada mejor que un buen viaje para olvidarse del jefe, los atascos, el día a día, y conseguir, por fin, un poco de calma. Por eso, me gusta visitar lugares inmersos en la naturaleza y, por eso, el año paso elegí Costa Rica.
Y no es para menos porque, antes de salir de viaje sumamos al cansancio acumulado durante todo un año de trabajo, las prisas por cerrar asuntos laborales pendientes, los preparativos del viaje, las ultimas compras, encontrar a alguien que riegue las plantas y cuide los gatos, etc., etc., etc. Y luego... el madrugón para coger el avión, cargar con unas maletas que pesan una tonelada, las esperas en los aeropuertos, las largas horas de vuelo, mucho café, una comida de pena... En fin, todo ventajas.
Pero aún hay más. Cuando por fin llegas a tu destino te esperan las interminables colas para las maletas, el pasaporte, los visados o papeles varios que nunca sabes exactamente para qué sirven, la nube de taxistas, guías, comerciales de agencias, representantes de hoteles, vendedores varios... Y todo esto en un sitio desconocido lo que, unido al “jet lag”, te hace sentirte mas perdido y despistado si cabe. Si encima no tienes hotel y te lanzas a la ciudad a buscar uno, llega un momento en que no puedes por menos que pensar: “es el último viaje que hago”.
Y, sin embargo, tras una noche de sueño mas o menos reparador, al día siguiente te levantas con la masoquista idea de continuar tu viaje. En nuestro caso, alquilamos un coche, nos chupamos unos cuantos atascos y cogimos carretera y manta hacia el Caribe, viaje que comenzó mal y continuó peor inmersos en una tremenda tormenta tropical que cortó árboles y postes de luz y electricidad y nos obligó a parar a mitad de camino.
Como comienzo de vacaciones no pudo ser peor pero, fieles a nuestro sin par espíritu de aventura, pero de dudoso sentido común y menos sentido práctico, continuamos de noche hasta nuestro destino, la ciudad de Cahuita en plena Costa del Caribe.
Cuando llegamos allí, la noche caía de plano. No es que Cahuita sea un sitio muy grande, de hecho tiene cuatro calles mal contadas pero, como dice el refrán, de noche todos los gatos son pardos. El caso es que, guía en mano, nos pusimos a buscar el alojamiento de nuestra elección entre la maraña de carteles que indicaban restaurantes, hoteles, bares y demás establecimientos de hostelería. Más por pura suerte que por otra cosa, por fin encontramos al final del pueblo una pequeña flecha que decía, sencillamente, “Alby Lodge”, y señalaba a un camino entre setos. Tres metros después está el paraíso.
El “Alby Lodge” es un pequeño complejo de cabañas familiares, situado en el extremo este de Cahuita, en un hermoso jardín tropical rodeado de setos naturales y palmeras. Tal es la frondosidad del marco vegetal que lo rodea que, una vez traspasada su puerta, da la impresión de que uno se ha “tele transportado” al mismísimo corazón de la selva.
El complejo consta de cuatro cabañas para huéspedes y otra que sirve como cocina de uso libre, sin contar con la de la propietaria, claro, que también vive allí. Las cabañas, pequeñas pero confortables, parecen recién sacadas de “Memorias de África”. Construidas enteramente de madera y paja, con mobiliario de madera maciza, destaca en ellas las amplias camas coronadas por enormes mosquiteros de gasa blanca. Al amanecer, el despertar está garantizado de mano de un nutrido grupo de monos aulladores que tienen la costumbre de alimentarse entre sus árboles. Es asombroso el ruido que puede llegar a hacer un monito tan pequeño. Y, durante el día, es constante la presencia de los colibríes y otras aves que vienen a alimentarse en sus flores.
Siempre que aterrizo en un sitio así durante mis viajes no puedo menos que soltar un profundo suspiro y pensar: ¡Gracias a Dios! ¡Por fin en casa!, expresión a la que inevitablemente, y a pesar de todos los pesares previos por muchos que hayan sido, acompaña el típico... “No entiendo cómo hay gente a la que no le gusta viajar”
Y no es para menos porque, antes de salir de viaje sumamos al cansancio acumulado durante todo un año de trabajo, las prisas por cerrar asuntos laborales pendientes, los preparativos del viaje, las ultimas compras, encontrar a alguien que riegue las plantas y cuide los gatos, etc., etc., etc. Y luego... el madrugón para coger el avión, cargar con unas maletas que pesan una tonelada, las esperas en los aeropuertos, las largas horas de vuelo, mucho café, una comida de pena... En fin, todo ventajas.
Pero aún hay más. Cuando por fin llegas a tu destino te esperan las interminables colas para las maletas, el pasaporte, los visados o papeles varios que nunca sabes exactamente para qué sirven, la nube de taxistas, guías, comerciales de agencias, representantes de hoteles, vendedores varios... Y todo esto en un sitio desconocido lo que, unido al “jet lag”, te hace sentirte mas perdido y despistado si cabe. Si encima no tienes hotel y te lanzas a la ciudad a buscar uno, llega un momento en que no puedes por menos que pensar: “es el último viaje que hago”.
Y, sin embargo, tras una noche de sueño mas o menos reparador, al día siguiente te levantas con la masoquista idea de continuar tu viaje. En nuestro caso, alquilamos un coche, nos chupamos unos cuantos atascos y cogimos carretera y manta hacia el Caribe, viaje que comenzó mal y continuó peor inmersos en una tremenda tormenta tropical que cortó árboles y postes de luz y electricidad y nos obligó a parar a mitad de camino.
Como comienzo de vacaciones no pudo ser peor pero, fieles a nuestro sin par espíritu de aventura, pero de dudoso sentido común y menos sentido práctico, continuamos de noche hasta nuestro destino, la ciudad de Cahuita en plena Costa del Caribe.
Cuando llegamos allí, la noche caía de plano. No es que Cahuita sea un sitio muy grande, de hecho tiene cuatro calles mal contadas pero, como dice el refrán, de noche todos los gatos son pardos. El caso es que, guía en mano, nos pusimos a buscar el alojamiento de nuestra elección entre la maraña de carteles que indicaban restaurantes, hoteles, bares y demás establecimientos de hostelería. Más por pura suerte que por otra cosa, por fin encontramos al final del pueblo una pequeña flecha que decía, sencillamente, “Alby Lodge”, y señalaba a un camino entre setos. Tres metros después está el paraíso.
El “Alby Lodge” es un pequeño complejo de cabañas familiares, situado en el extremo este de Cahuita, en un hermoso jardín tropical rodeado de setos naturales y palmeras. Tal es la frondosidad del marco vegetal que lo rodea que, una vez traspasada su puerta, da la impresión de que uno se ha “tele transportado” al mismísimo corazón de la selva.
El complejo consta de cuatro cabañas para huéspedes y otra que sirve como cocina de uso libre, sin contar con la de la propietaria, claro, que también vive allí. Las cabañas, pequeñas pero confortables, parecen recién sacadas de “Memorias de África”. Construidas enteramente de madera y paja, con mobiliario de madera maciza, destaca en ellas las amplias camas coronadas por enormes mosquiteros de gasa blanca. Al amanecer, el despertar está garantizado de mano de un nutrido grupo de monos aulladores que tienen la costumbre de alimentarse entre sus árboles. Es asombroso el ruido que puede llegar a hacer un monito tan pequeño. Y, durante el día, es constante la presencia de los colibríes y otras aves que vienen a alimentarse en sus flores.
Siempre que aterrizo en un sitio así durante mis viajes no puedo menos que soltar un profundo suspiro y pensar: ¡Gracias a Dios! ¡Por fin en casa!, expresión a la que inevitablemente, y a pesar de todos los pesares previos por muchos que hayan sido, acompaña el típico... “No entiendo cómo hay gente a la que no le gusta viajar”
Más información: http://www.albylodge.com/
AVISO PARA VIAJEROS CONSECUENTES
Contaminación de agua: La mayor parte de los pequeños núcleos urbanos de Costa Rica no tienen depuradoras y algunos alojamientos ni siquiera poseen sistemas de canalización de aguas residuales. Los desagües van directamente al mar o al suelo. A pesar de todo, las playas están bastante limpias aunque los restos de detergente son visibles para cualquiera que se dedique a temas medioambientales. Si decidís visitar Costa Rica y podéis llevar detergentes y geles biodegradables mucho mejor para todos. En España se pueden encontrar en cualquier tienda de productos ecológicos, allí no es fácil comprarlos.
Contaminación de agua: La mayor parte de los pequeños núcleos urbanos de Costa Rica no tienen depuradoras y algunos alojamientos ni siquiera poseen sistemas de canalización de aguas residuales. Los desagües van directamente al mar o al suelo. A pesar de todo, las playas están bastante limpias aunque los restos de detergente son visibles para cualquiera que se dedique a temas medioambientales. Si decidís visitar Costa Rica y podéis llevar detergentes y geles biodegradables mucho mejor para todos. En España se pueden encontrar en cualquier tienda de productos ecológicos, allí no es fácil comprarlos.
1 comentario:
Hola Gloria, te escribo desde el portal "mujeresviajeras.com". me gustaría colgar vuestra historia en el blog. ¿podeis poneros en contacto conmigo en el correo pilar@mujeresviajeras.com?
enhorabuena por vuestro proyecto y un abrazo
Pilar tejera
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